OPINIONES DE UNA CHICA APASIONADA - (Blog) (Sofia)

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miércoles, 25 de enero de 2017

Brújulas que buscan sonrisas perdidas


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Le presté once libros a una amiga, a cambio ella me prestó un solo libro. Brújulas que buscan sonrisas perdidas. Se podría decir que el libro no trata de una cosa en concreto, es un camino que recorre el protagonista hasta alcanzar un punto importante de su vida. El libro empieza con un hombre que tiene que cumplir la última promesa que le hizo a su madre, cuidar de su padre. Pero él no quiere cumplirla, su padre no lo merece. Así, el protagonista, se encuentra en una especie de encrucijada sobre si hacer o no, ir o quedarse. A su vez el protagonista tiene que cargar con sus propias pérdidas, olvidar o perdonar traumas de su infancia, aceptarles para poder seguir con lo que le queda en su vida. Albert Espinosa nos lleva a recorrer una vida entera en diecinueve capítulos, y en cada uno se encuentra algo que vale la pena guardar. Es un libro de rápida lectura, atrapante, con frases bonitas, y poquito de alma propia.

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                Opinión más personal: leí el libro bajo mucha presión, estuve demasiado tiempo sin terminar un libro que me guste, pero Brújulas que buscan sonrisas perdidas superó la presión. El libro me hizo sentir cosas que hacía mucho que no sentía a causa de un libro. Te alegra, te entristece, pero cuando cerras la última página, te sentís satisfecha, llena. Me volvió a dar ganas de leer. Es simple, tal vez no sea nada nuevo o revolucionario, pero no hace falta. Con cada palabra Albert te hace sentir parte del libro, empatizar con los personajes aunque no se conozcan sus nombres, tampoco hace falta. Muy recomendable para una noche de soledad. 

Cartas de amor a los muertos

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Laurel empieza en una nueva escuela la secundaria. Tras la muerte de su hermana mayor May, no quiere volver a la vieja, donde todo el mundo la espera con respuestas sobre qué ocurrió exactamente esa noche. En su primer día de clases, su profesora de Literatura les pide un trabajo, escribirle una carta a alguien que ya no esté en el mundo de los vivos. 
Laurel se inspira en eso, comienza con Kurt Cobain, cantanta de Nirvana que se suicidó a los veintisiete años. Pero ella decidirá no entregar esa carta, ni la que sigue a esa, ni la siguiente. Laurel inicia una mensajería con el más allá. Le escribió a Amy Winehouse, Janis Joplin, Amelia Earhart, Elizabeth Bishop, entre otros. Mayormente, Laurel se comunica con artistas, pero hay excepciones. 

Lo único en común entre sus receptores: murieron jóvenes y, según ella, en la cima de sus vidas. Así, Laurel empieza a relacionar su vida, sus vivencias, y las de May, con la de cada uno de estos íconos. Les habla de su nueva escuela, de sus nuevas amigas, del chico de la chaqueta de cuero, de sus padres, de sus secretos. Laurel empieza un largo camino en el que cambiará montones de veces, pero lo hará acompañada de sus ídolos, y de otras personas más cercanas a ella.



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Opinión personal: no me gustó. Considero que la extensión del libro es demasiada para la historia que se quiere contar. Se torna repetitivo y denso por momentos. La autora quiso tratar temas delicados con tacto, de modo que llegara más fácil al lector, pero siento que no lo hizo de la manera adecuada.

 Fue como si hablara sin saber, y no creo que sean temas que haya que tocar si no se sabe mucho sobre ellos. Los personajes, la mayoría, son los típicos adolescentes de cada película, serie, libro actual. No hay nada demasiado destacable, algún detalle por ahí o algún otro por allá, pero nada más. Ellos se describen como “personas extrañas comunes” y son algo de eso. 

Laurel busca todo el libro la aceptación de los demás, pero no siendo ella misma, si no siendo más como su hermana. Se siente culpable por cosas que no debería hacerlo, todo el libro y por casi todo. Y plantea las cosas como los acontecimientos, generando mucha expectativa, que el final no logra cumplir. Puede que muchos adolescentes se sientan identificados con sus miedos e inseguridades, pero creo que Ava Dellaira lo plasmó de una manera, que, por lo menos a mí, me hizo sentir que no es adolescente hace mucho, sentí como que subestimaba la edad y a su protagonista. 

Los íconos a los que escribe, son eso, íconos, pero de los ´60, ´70, ´80. Son personas famosas, al principio de cada carta explica ligeramente quiénes son y porque fueron elegidos para esa carta, pero, pienso que alguien de quince años de hoy, no elegiría a esas personas. 

El final lo sentí algo apresurado, y a su vez, tardó mucho en llegar. Tiene partes lindas, apreciaciones de la muerte muy interesantes, incluso es llevadero, pero llegada a cierto punto, quería que terminara, no lo quería leer más. 
Fue otra historia de amor y pérdidas, si no leyeron antes un libro de esos, tal vez les gusté, pero no lo recomiendo.

Autora: Ava Dellaira, estadounidense
Editorial: V&R
Páginas: 337
Precio en Argentina: 250$
Puntaje: 1

Frase Bonita: “Nirvana significa liberación del sufrimiento. Algunas personas dirán que esta liberación se alcanza con la muerte. Felicitaciones por haberte liberado. El resto de nosotros permanece aquí lidiando con las consecuencias.”

viernes, 8 de julio de 2016

El diario de Adán y Eva - Mark Twain

En el último tiempo me dediqué a la lectura de clásicos de la literatura y puede que los frecuente con más reseñas de este estilo que sobre literatura juvenil.
Estaba un poco cansada de la monotonía de los temas que frecuentaba con los libros que veía en primera plana de Cúspide o Ateneo. Empecé a recurrir a librerías de usados y me encontré trayendo a casa pilas de libros interesantes a bajo precio. Esa sensación de revolver una estantería, un cajón o una pila, sin saber que puede haber debajo, es increíble y muy motivadora.

Uno de los libros que encontré en esas pilas kilométricas, fue El Diario de Adán y Eva, que me recomendó una amiga que estudia Letras.

Es corto, no llega a las 100 páginas y es, no solo divertido, sino también enternecedor.



jueves, 7 de julio de 2016

Esa Mujer - Rodolfo Walsh (cuento)


El coronel elogia mi puntualidad:
-Es puntual como los alemanes -dice.
-O como los ingleses.
El coronel tiene apellido alemán.
Es un hombre corpulento, canoso, de cara ancha, tostada.
-He leído sus cosas -propone-. Lo felicito.
Mientras sirve dos grandes vasos de whisky, me va informando, casualmente, que tiene veinte años de servicios de informaciones, que ha estudiado filosofía y letras, que es un curioso del arte. No subraya nada, simplemente deja establecido el terreno en que podemos operar, una zona vagamente común.
Desde el gran ventanal del décimo piso se ve la ciudad en el atardecer, las luces pálidas del río. Desde aquí es fácil amar, siquiera momentáneamente, a Buenos Aires. Pero no es ninguna forma concebible de amor lo que nos ha reunido.
El coronel busca unos nombres, unos papeles que acaso yo tenga.
Yo busco una muerta, un lugar en el mapa. Aún no es una búsqueda, es apenas una fantasía: la clase de fantasía perversa que algunos sospechan que podría ocurrírseme.
Algún día (pienso en momentos de ira) iré a buscarla. Ella no significa nada para mí, y sin embargo iré tras el misterio de su muerte, detrás de sus restos que se pudren lentamente en algún remoto cementerio. Si la encuentro, frescas altas olas de cólera, miedo y frustrado amor se alzarán, poderosas vengativas olas, y por un momento ya no me sentiré solo, ya no me sentiré como una arrastrada, amarga, olvidada sombra.
El coronel sabe dónde está.
Se mueve con facilidad en el piso de muebles ampulosos, ornado de marfiles y de bronces, de platos de Meissen y Cantón. Sonrío ante el Jongkind falso, el Fígari dudoso. Pienso en la cara que pondría si le dijera quién fabrica los Jongkind, pero en cambio elogio su whisky.
Él bebe con vigor, con salud, con entusiasmo, con alegría, con superioridad, con desprecio. Su cara cambia y cambia, mientras sus manos gordas hacen girar el vaso lentamente.
-Esos papeles -dice.
Lo miro.
-Esa mujer, coronel.
Sonríe.
-Todo se encadena -filosofa.
A un potiche de porcelana de Viena le falta una esquirla en la base. Una lámpara de cristal está rajada. El coronel, con los ojos brumosos y sonriendo, habla de la bomba.
-La pusieron en el palier. Creen que yo tengo la culpa. Si supieran lo que he hecho por ellos, esos roñosos.
-¿Mucho daño? -pregunto. Me importa un carajo.
-Bastante. Mi hija. La he puesto en manos de un psiquiatra. Tiene doce años -dice.
El coronel bebe, con ira, con tristeza, con miedo, con remordimiento.
Entra su mujer, con dos pocillos de café.
-Contale vos, Negra.
Ella se va sin contestar; una mujer alta, orgullosa, con un rictus de neurosis. Su desdén queda flotando como una nubecita.
-La pobre quedó muy afectada -explica el coronel-. Pero a usted no le importa esto.
-¡Cómo no me va a importar!... Oí decir que al capitán N y al mayor X también les ocurrió alguna desgracia después de aquello.
El coronel se ríe.
-La fantasía popular -dice-. Vea cómo trabaja. Pero en el fondo no inventan nada. No hacen más que repetir.
Enciende un Marlboro, deja el paquete a mi alcance sobre la mesa.
-Cuénteme cualquier chiste -dice.
Pienso. No se me ocurre.
-Cuénteme cualquier chiste político, el que quiera, y yo le demostraré que estaba inventado hace veinte años, cincuenta años, un siglo. Que se usó tras la derrota de Sedán, o a propósito de Hindenburg, de Dollfuss, de Badoglio.
-¿Y esto?
-La tumba de Tutankamón -dice el coronel-. Lord Carnavon. Basura.
El coronel se seca la transpiración con la mano gorda y velluda.
-Pero el mayor X tuvo un accidente, mató a su mujer.
-¿Qué más? -dice, haciendo tintinear el hielo en el vaso.
-Le pegó un tiro una madrugada.
-La confundió con un ladrón -sonríe el coronel . Esas cosas ocurren.
-Pero el capitán N...
-Tuvo un choque de automóvil, que lo tiene cualquiera, y más él, que no ve un caballo ensillado cuando se pone en pedo.
-¿Y usted, coronel?
-Lo mío es distinto -dice-. Me la tienen jurada.
Se para, da una vuelta alrededor de la mesa.
-Creen que yo tengo la culpa. Esos roñosos no saben lo que yo hice por ellos. Pero algún día se va a escribir la historia. A lo mejor la va a escribir usted.
-Me gustaría.
-Y yo voy a quedar limpio, yo voy a quedar bien. No es que me importe quedar bien con esos roñosos, pero sí ante la historia, ¿comprende?
-Ojalá dependa de mí, coronel.
-Anduvieron rondando. Una noche, uno se animó. Dejó la bomba en el palier y salió corriendo.
Mete la mano en una vitrina, saca una figurita de porcelana policromada, una pastora con un cesto de flores.
-Mire.
A la pastora le falta un bracito.
-Derby -dice-. Doscientos años.
La pastora se pierde entre sus dedos repentinamente tiernos. El coronel tiene una mueca de fierro en la cara nocturna, dolorida.
-¿Por qué creen que usted tiene la culpa?
-Porque yo la saqué de donde estaba, eso es cierto, y la llevé donde está ahora, eso también es cierto. Pero ellos no saben lo que querían hacer, esos roñosos no saben nada, y no saben que fui yo quien lo impidió.
El coronel bebe, con ardor, con orgullo, con fiereza, con elocuencia, con método.
-Porque yo he estudiado historia. Puedo ver las cosas con perspectiva histórica. Yo he leído a Hegel.
-¿Qué querían hacer?
-Fondearla en el río, tirarla de un avión, quemarla y arrojar los restos por el inodoro, diluirla en ácido. ¡Cuanta basura tiene que oír uno! Este país está cubierto de basura, uno no sabe de dónde sale tanta basura, pero estamos todos hasta el cogote.
-Todos, coronel. Porque en el fondo estamos de acuerdo, ¿no? Ha llegado la hora de destruir. Habría que romper todo.
-Y orinarle encima.
-Pero sin remordimientos, coronel. Enarbolando alegremente la bomba y la picana. ¡Salud! -digo levantando el vaso.
No contesta. Estamos sentados junto al ventanal. Las luces del puerto brillan azul mercurio. De a ratos se oyen las bocinas de los automóviles, arrastrándose lejanas como las voces de un sueño. El coronel es apenas la mancha gris de su cara sobre la mancha blanca de su camisa.
-Esa mujer -le oigo murmurar-. Estaba desnuda en el ataúd y parecía una virgen. La piel se le había vuelto transparente. Se veían las metástasis del cáncer, como esos dibujitos que uno hace en una ventanilla mojada.
El coronel bebe. Es duro.
-Desnuda -dice-. Éramos cuatro o cinco y no queríamos mirarnos. Estaba ese capitán de navío, y el gallego que la embalsamó, y no me acuerdo quién más. Y cuando la sacamos del ataúd -el coronel se pasa la mano por la frente-, cuando la sacamos, ese gallego asqueroso...
Oscurece por grados, como en un teatro. La cara del coronel es casi invisible. Sólo el whisky brilla en su vaso, como un fuego que se apaga despacio. Por la puerta abierta del departamento llegan remotos ruidos. La puerta del ascensor se ha cerrado en la planta baja, se ha abierto más cerca. El enorme edificio cuchichea, respira, gorgotea con sus cañerías, sus incineradores, sus cocinas, sus chicos, sus televisores, sus sirvientas, Y ahora el coronel se ha parado, empuña una metralleta que no le vi sacar de ninguna parte, y en puntas de pie camina hacia el palier, enciende la luz de golpe, mira el ascético, geométrico, irónico vacío del palier, del ascensor, de la escalera, donde no hay absolutamente nadie y regresa despacio, arrastrando la metralleta.
-Me pareció oír. Esos roñosos no me van a agarrar descuidado, como la vez pasada.
Se sienta, más cerca del ventanal ahora. La metralleta ha desaparecido y el coronel divaga nuevamente sobre aquella gran escena de su vida.
-...se le tiró encima, ese gallego asqueroso. Estaba enamorado del cadáver, la tocaba, le manoseaba los pezones. Le di una trompada, mire -el coronel se mira los nudillos-, que lo tiré contra la pared. Está todo podrido, no respetan ni a la muerte. ¿Le molesta la oscuridad?
-No.
-Mejor. Desde aquí puedo ver la calle. Y pensar. Pienso siempre. En la oscuridad se piensa mejor.
Vuelve a servirse un whisky.
-Pero esa mujer estaba desnuda -dice, argumenta contra un invisible contradictor-. Tuve que taparle el monte de Venus, le puse una mortaja y el cinturón franciscano.
Bruscamente se ríe.
-Tuve que pagar la mortaja de mi bolsillo. Mil cuatrocientos pesos. Eso le demuestra, ¿eh? Eso le demuestra.
Repite varias veces "Eso le demuestra", como un juguete mecánico, sin decir qué es lo que eso me demuestra.
-Tuve que buscar ayuda para cambiarla de ataúd. Llamé a unos obreros que había por ahí. Figúrese como se quedaron. Para ellos era una diosa, qué sé yo las cosas que les meten en la cabeza, pobre gente.
-¿Pobre gente?
-Sí, pobre gente -el coronel lucha contra una escurridiza cólera interior-. Yo también soy argentino.
-Yo también, coronel, yo también. Somos todos argentinos.
-Ah, bueno -dice.
-¿La vieron así?
-Sí, ya le dije que esa mujer estaba desnuda. Una diosa, y desnuda, y muerta. Con toda la muerte al aire, ¿sabe? Con todo, con todo...
La voz del coronel se pierde en una perspectiva surrealista, esa frasecita cada vez más rémova encuadrada en sus líneas de fuga, y el descenso de la voz manteniendo una divina proporción o qué. Yo también me sirvo un whisky.
-Para mí no es nada -dice el coronel-. Yo estoy acostumbrado a ver mujeres desnudas. Muchas en mi vida. Y hombres muertos. Muchos en Polonia, el 39. Yo era agregado militar, dese cuenta.
Quiero darme cuenta, sumo mujeres desnudas más hombres muertos, pero el resultado no me da, no me da, no me da... Con un solo movimiento muscular me pongo sobrio, como un perro que se sacude el agua.
-A mí no me podía sorprender. Pero ellos...
-¿Se impresionaron?
-Uno se desmayó. Lo desperté a bofetadas. Le dije: "Maricón, ¿esto es lo que hacés cuando tenés que enterrar a tu reina? Acordate de San Pedro, que se durmió cuando lo mataban a Cristo." Después me agradeció.
Miró la calle. "Coca" dice el letrero, plata sobre rojo. "Cola" dice el letrero, plata sobre rojo. La pupila inmensa crece, círculo rojo tras concéntrico círculo rojo, invadiendo la noche, la ciudad, el mundo. "Beba".
-Beba -dice el coronel.
Bebo.
-¿Me escucha?
-Lo escucho.
Le cortamos un dedo.
-¿Era necesario?
El coronel es de plata, ahora. Se mira la punta del índice, la demarca con la uña del pulgar y la alza.
-Tantito así. Para identificarla.
-¿No sabían quién era?
Se ríe. La mano se vuelve roja. "Beba".
-Sabíamos, sí. Las cosas tienen que ser legales. Era un acto histórico, ¿comprende?
-Comprendo.
-La impresión digital no agarra si el dedo está muerto. Hay que hidratarlo. Más tarde se lo pegamos.
-¿Y?
-Era ella. Esa mujer era ella.
-¿Muy cambiada?
-No, no, usted no me entiende. Igualita. Parecía que iba a hablar, que iba a... Lo del dedo es para que todo fuera legal. El profesor R. controló todo, hasta le sacó radiografías.
-¿El profesor R.?
-Sí. Eso no lo podía hacer cualquiera. Hacía falta alguien con autoridad científica, moral.
En algún lugar de la casa suena, remota, entrecortada, una campanilla. No veo entrar a la mujer del coronel, pero de pronto esta ahí, su voz amarga, inconquistable.
-¿Enciendo?
-No.
-Teléfono.
-Deciles que no estoy.
Desaparece.
-Es para putearme -explica el coronel-. Me llaman a cualquier hora. A las tres de la madrugada, a las cinco.
-Ganas de joder -digo alegremente.
-Cambié tres veces el número del teléfono. Pero siempre lo averiguan.
-¿Qué le dicen?
-Que a mi hija le agarre la polio. Que me van a cortar los huevos. Basura.
Oigo el hielo en el vaso, como un cencerro lejano.
-Hice una ceremonia, los arengué. Yo respeto las ideas, les dije. Esa mujer hizo mucho por ustedes. Yo la voy a enterrar como cristiana. Pero tienen que ayudarme.
El coronel está de pie y bebe con coraje, con exasperación, con grandes y altas ideas que refluyen sobre él como grandes y altas olas contra un peñasco y lo dejan intocado y seco, recortado y negro, rojo y plata.
-La sacamos en un furgón, la tuve en Viamonte, después en 25 de Mayo, siempre cuidándola, protegiéndola, escondiéndola. Me la querían quitar, hacer algo con ella. La tapé con una lona, estaba en mi despacho, sobre un armario, muy alto. Cuando me preguntaban qué era, les decía que era el transmisor de Córdoba, la Voz de la Libertad.
Ya no sé dónde está el coronel. El reflejo plateado lo busca, la pupila roja. Tal vez ha salido. Tal vez ambula entre los muebles. El edificio huele vagamente a sopa en la cocina, colonia en el baño, pañales en la cuna, remedios, cigarrillos, vida, muerte.
-Llueve -dice su voz extraña.
Miro el cielo: el perro Sirio, el cazador Orión.
-Llueve día por medio -dice el coronel-. Día por medio llueve en un jardín donde todo se pudre, las rosas, el pino, el cinturón franciscano.
Dónde, pienso, dónde.
-¡Está parada! -grita el coronel-. ¡La enterré parada, como Facundo, porque era un macho!
Entonces lo veo, en la otra punta de la mesa. Y por un momento, cuando el resplandor cárdeno lo baña, creo que llora, que gruesas lágrimas le resbalan por la cara.
-No me haga caso -dice, se sienta-. Estoy borracho.
Y largamente llueve en su memoria.
Me paro, le toco el hombro.
-¿Eh? -dice- ¿Eh? -dice.
Y me mira con desconfianza, como un ebrio que se despierta en un tren desconocido.
-¿La sacaron del país?
-Sí.
-¿La sacó usted?
-Sí.
-¿Cuántas personas saben?
-DOS.
-¿El Viejo sabe?
Se ríe.
-Cree que sabe.
-¿Dónde?
No contesta.
-Hay que escribirlo, publicarlo.
-Sí. Algún día.
Parece cansado, remoto.
-¡Ahora! -me exaspero-. ¿No le preocupa la historia? ¡Yo escribo la historia, y usted queda bien, bien para siempre, coronel!
La lengua se le pega al paladar, a los dientes.
-Cuando llegue el momento... usted será el primero...
-No, ya mismo. Piense. Paris Match. Life. Cinco mil dólares. Diez mil. Lo que quiera.
Se ríe.
-¿Dónde, coronel, dónde?
Se para despacio, no me conoce. Tal vez va a preguntarme quién soy, qué hago ahí.
Y mientras salgo derrotado, pensando que tendré que volver, o que no volveré nunca. Mientras mi dedo índice inicia ya ese infatigable itinerario por los mapas, uniendo isoyetas, probabilidades, complicidades. Mientras sé que ya no me interesa, y que justamente no moveré un dedo, ni siquiera en un mapa, la voz del coronel me alcanza como una revelación.
-Es mía -dice simplemente-. Esa mujer es mía.

Murakami - parte 2 (De que hablo cuando hablo de correr)

La vida sabe que nunca corrí más que para alcanzar un colectivo y, por eso, todavía no se muy bien por qué leí este libro, pero agradezco haberlo hecho.

Además de ser escritor, Murakami es aficionado a correr maratones. 
En este libro, básicamente, Murakami describirá en aproximadamente 200/300 páginas: qué es para él correr. 

Hay una simple razón por la que esto significó algo para mí y es por el doble sentido de la significación de correr. En el libro, el autor compara el correr con la vida: nos preparamos durante mucho tiempo para ella, para estar preparados físicamente, para llegar a la meta. Pero cuando salimos y empezamos a correr, lo importante no es que tan preparados estemos físicamente, porque nuestra batalla será, pura y enteramente, con nosotros mismos, con nuestra mente, nuestra voluntad. 



Durante todo el libro, veremos reflejado en las importancias de correr, la importancia del progreso en la vida. Haruki nos dirá qué es lo importante para él. El camino o llegar primeros a la meta?

Haruki Murakami. (Tokio Blues)

Haruki Murakami es un autor japonés que conocí hace algunos años con el libro Tokio Blues, o algunas veces traducido como Norwegian Wood (así como en la canción de los Beatles).

De esta novela hay una película japonesa que no le llega ni a los talones al libro, pero que está bien ambientada y respeta la trama (segunda imagen).





Es una historia de amor adolescente, con un trasfondo muy dramático. Pero ninguna de estas serán las claves de la temática del libro.
Al estilo de Paulo Coelho, Murakami enfocará el eje de la historia en una lección de vida para nuestro narrador, que aprenderá qué es el amor, a superar la muerte de alguien muy cercano para él y descubrirá, poco a poco, como ser feliz con su vida rota.


La narración es muy tierna, los personajes un poco planos, pero lo que más destaco son los pensamientos que expresa nuestro personaje principal.
Este libro está lleno de frases y enseñanzas que nos harán cerrarlo cada tanto y nos dejarán absortos, pensando en todo el peso de las palabras que nos invaden.



Leí este libro a los 14 y después de nuevo a los 17. La primera vez razoné la historia. La segunda vez, la historia me movió a las lágrimas y supe que había una gran verdad detrás de todo aquello.


Este libro de tener mucho de autobiográfico. Las situaciones son reales, sin rosas, llenas de crudeza. 


De las razones por las que más me gustó, es porque me sentí identificada. 
Haruki dice lo que muchos callan por inmoral.
Haruki es adolescente en alma.
Haruki sabe que no hay blanco o negro, que en la adolescencia todo es un gris borroso que no se ha terminado de mezclar.

"Estaba en la plenitud de la vida y todo lo que me rodeaba era muerte"...

La Quinta Ola/ El mar infinito - Rick Yancey

A la espera del último libro de la triología de Rick Yancey, The Last Star, que en Mayo se publicó en ingles y que aún no ha llegado a Argentina, se me ocurrió hacer una reseña de este libro.



Hay quienes están enamorados con la historia y hay quienes no la soportan. La verdad es que la Quinta Ola es uno de esos libros. La trama es compleja, con muchas vueltas de rosca, no sabes que es verdad y que es mentira, todo puede pasar, nadie es amigo. La narración es llevadera, no tiene muchas descripciones, pero hay quienes no soportan que los sucesos ocurran tan rápido. No hay momento de descanso, todo esta pasando al mismo tiempo, con varios narradores y una guerra que empezó antes de que todos se dieran cuenta.

Los personajes son muy ricos y tienen historias increíbles. A algunos los amarán desde el primer momento, a otros una vez que ya han muerto.

Las escenas de acción son más gráficas que en la película de Deadpool, pero puede ser un poco confuso que todo suceda con tanta acción. Al igual que en The Maze Runner, no es fácil seguirle el paso a la historia, los personajes son muchos, todos con nombres que son apodos y con pasados que se irán desenroscando muy lentamente (Se ve que es algo común entre los autores masculinos del género distópico).


sábado, 7 de marzo de 2015

Día 66 de 365: Dejar de esperar

Y  no va a ser hasta que deje de intentar forzar el destino,
Hasta que  deje de  planear el futuro, 
Que las cosas van a empezar a mejorar.
De otra forma, nada, nada va salir bien.

Porque cada vez que espero demasido,
Cada vez que busco,
Cada vez que intento,
Lo arruino.

Por eso, la proxima vez, no me voy a ilusionar,
No voy a esperar, 
No voy a soñar, 
No voy a suspirar ni imaginar.

Voy a ser yo,
Voy actuar sin pensar,
Así, sin buscar,
Como si fuera lo mas normal del mundo,
Lo mas natural y lo mas obvio.

No me voy a sentir incomoda ni nerviosa.
Porque es cuando no busco, que realmente encuentro.

Día 65 de 365: Cuando nadie te ve

Si todos fueramos como somos en la intimidad las cosas serian mucho mas faciles para nosotros. No habría desilusion, ni malos entendidos, ni equivocaciones. Seriamos mas honestos, mas sensillos y a la vez mas complejos, seriamos mas espontaneos, seriamos mas nosotros. 
Y si fueramos mas nosotros, seria mas facil encontrar a los buenos amigos y evitar a los falsos. Seria mas facil reirnos desde el corazon y llorar con la misma sinceridad. Seria menos agotador conocer a alguien, porque no tendriamos que pensar en que decir y que no, porque no nos importa ser como somos.
No habria desconfianza ni verguenza. No habria nada mas que personas  con el alma abierta y esperando.

Dia 64 de 365: Sociedad desencantada

Y cada vez me siento mas perdida en esta sociedad carente de sueños, carente de esfuerzo, carente de emosiones, donde todo parace sin sentido y donde todas las relaciones parecen superficiales. 
Cada vez me siento mas debil en este rio que corre en contra de mi paso y siento que en algun momento terminaré siendo arrastrado, volviendome un robot, una marioneta, de el ciclo repetitivo y sin sentido en el que se convirtió la sociedad.